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CARRASCO TERRIZA, Manuel Jesús. "El paisaje en la pintura de Rafael Romero Barros (1832-1895)", en II Congreso Español de Historia del Arte. Valladolid, 11-14 octubre 1978. Ponencias y Comunicaciones. Valladolid, 1978, t. II, págs. 54-58. |
EL PAISAJE EN LA PINTURA DE RAFAEL ROMERO BARROS (1832-1895)
Los pasados días 3 al 12 de septiembre del corriente año se ha celebrado en el Museo Diocesano de Huelva, con sede en el Monasterio de Santa Clara de Moguer, una exposición homenaje al conocido pintor Rafael Romero Barros, dentro del IX Salón de Escultura y Pintura Andaluzas. Esta exposición ha mostrado al público una selecta antología de diecisiete cuadros, procedentes de la colección de su nieto, Rafael Romero de Torres y Pellicer, director del Museo de Bellas Artes de Córdoba. El propósito que ha animado al Museo Diocesano de Huelva ha sido el de dar a conocer la obra de uno de los moguereños ilustres, al tiempo que se suma, con su humilde aportación, al objetivo propuesto en este II Congreso Español de Historia del Arte.
Rafael Romero Barros nació en Moguer el 30 de mayo de 1832 y falleció en Córdoba el 2 de diciembre de 1895. En Sevilla recibió una sólida base humanística, en cuya universidad literaria cursó latinidad y filosofía desde 1844 a 1847. Su aprendizaje de la pintura lo inicia con el paisajista sevillano Manuel Barrón, junto con los hermanos Valeriano y Gustavo Bécquer. Con treinta años marcha Córdoba para dirigir el Museo Provincial de Pintura, base de operaciones de una vastísima actividad de promoción cultural. En aquella ciudad funda la Escuela de Música y de Escuela Provincial de Bellas Artes, organizando y dirigiendo además el Museo Arqueológico. Su gran sensibilidad y exquisita formación le llevaron a interesarse por todas las facetas del arte desde la arqueología romana y musulmana, hasta las últimas exposiciones de sus contemporáneos. Son muy numerosos los artículos que publicó en la prensa diaria y en diversas revistas especializadas. Pero quizás lo que más engrandezca la figura de Romero Barros sea su labor como maestro de artistas: con él aprendieron sus hijos Rafael, Enrique y Julio Romero de Torres, Mateo Inurria, Hidalgo de Caviedes, Villegas Brieva, Muñoz Lucena, Juan Montis, Serrano Pérez, y una larga lista de 11 de orfebres y artesanos que vieron un renacimiento en la nobleza de sus oficios al recibir la savia del humanista y enciclopédico saber del maestro moguereño. Su altísimo nivel cultural, unido a su perfecta conexión con la realidad social, le llevó a tomar parte activa en la Asociación de Obreros Cordobeses, de la que ocupaba el cargo de Secretario cuando le acaeció la muerte. La prolija relación de cargos y distinciones que ostentaba es índice de una vida consagrada a la promoción del hombre por medio de la historia y del arte. Lo que parece inexplicable cómo pudo llegar a una actividad cultural tan amplia sin perder nunca su punto de partida, la pintura. Descubrió auténticos valores entre sus alumnos y los alentó, porque él mismo vivía el afán de superación en todos los géneros de la pintura que tocó: el retrato, la figura de interiores, el bodegón y el paisaje
El objeto de la presente comunicación es dar a conocer el contenido de esta exposición homenaje, comentando más detenidamente el género del paisaje. De la faceta de Romero Barros como autor de retratos mostramos los de sus hijos Rosario y Enrique (números 11 y 12 del Catálogo de la citada exposición), en que se aúnan la sencillez de la infancia con la simplicidad de recursos pictóricos. Dentro del ambiente estilístico del realismo, en que el vivió y del que fue protagonista, destaca la captación de lo familiar y lo cotidiano; la escena de unos niños jugando a las cartas (número 13 del Catálogo), tiene como modelo a sus propios hijos Enrique, Carlos y Eduardo. El realismo intenta descubrir la belleza en lo más ordinario que nos rodea: ejemplo de ello es el interior de una cuadra,1878 (número 6 del Catálogo), que formaba parte de la antiguo Hospital de la Caridad, donde vivía el pintor al convertirse el edificio en Museo Provincial. En el bodegón, tuvo Romero Barros sus primeros éxitos, siendo sin duda el más famoso del estudio de naranjas, fechado en 1863 (número 2 del Catálogo); precisamente es un bodegón de azahares y naranjas su última obra conocida, fechada en el año de su muerte, mil ochocientos 95 (número 10 del Catálogo).
El paisaje es el género por excelencia de la pintura realista. Podría considerarse pasada la época romántica en la que la naturaleza representada era más una recreación del sentimiento apasionado del artista, proyectado sobre ruinas medievales y rincones insólitos y pintorescos. Una nueva corriente, introducida en España fundamentalmente por Carlos Haes, mira a su entorno con unos nuevos ojos, los de la admiración. Es un paisaje tomado literalmente del natural, y sometido a un proceso de elaboración y estudio, que añade a la fugaz captación del momento la perfección del detalle, el gozo de la definición. Es un mensaje de optimismo, que induce a disfrutar de la serenidad de la vida diaria, que en su perpetuo retorno, siempre viejo y siempre nuevo, aleja a los hombres del sobresalto y de la inseguridad. Romero Barros, formado con Barrón, conserva del sentimiento romántico el tipismo de sus personajes: boyeros, lavanderas y campesinos; en alguna ocasión conecta con un lirismo infantil casi rococó, y en otras sintoniza con las resonancias musicales del romanticismo, como en el Claro de Luna. Pero su recia personalidad es plenamente realista, en la línea del maestro bruselense. Su paisaje está sentido con señorío y nobleza andaluza, con la filosofía del bello vivir de cada día; es el ambiente de una naturaleza para el hombre: en ella el hombre encuentra su trabajo y su descanso. Las panorámica de la sierra de Córdoba y de las orillas del Guadalquivir rezuman la serenidad y la satisfacción de un largo paseo o de una jornada bien cumplida. Las luces del crepúsculo y el aroma del tomillo y el romero crean una peculiar atmósfera placentera en las obras del pintor moguereño.
Romero Barros conserva una trayectoria nítida en su quehacer pictórico. Sobre una base constante en composición, dibujo, luz, colorido y técnica, vemos aparecer nuevas formas de sentir el color y de trabajar los pigmentos en la última época de su vida, alrededor de la años ochenta. Suele componer los paisajes de una manera muy simple: una línea de horizonte divide el lienzo en dos mitades ligeramente desiguales; posteriormente, un arco formado por sendos árboles en sus extremos y un camino o el lecho de un arroyo en la base, logran una sólida y estable construcción. Los temas son casi exclusivamente vistas de la serranía o de las riberas, próximas a la capital andaluza: La Casería de San Pablo, el camino de Santo Domingo, la Arruzafa, la Huerta de Morales. Paisajes siempre horizontales y abiertos, excepción hecha de los dos cuadritos encantadores de rincones de la Alhambra y del Generalife, verticales y cerrados, íntimos.
El dibujo es siempre correctísimo. Las figuras, que dan la dimensión humana a la naturaleza, en ningún momento son cromos convencionales, sino que podría someterse con éxito a una prueba de ampliación, sin que perdieran el sentido del canon y de la proporción. Es elemental señalar el afán descriptivo que lleva a dibujar hasta la última piedra, hasta la última hoja, hasta el cigarro que ofrece un campesino a otro. Sin embargo, con el tiempo, el dibujo se hace más suelto, y llega a preferir una interpretación más estilizada, más creativa, de forma que algunas copas de sus árboles casi rozan la cardina neogótica.
Es constante su modo de iluminar los escenarios naturales. Suele ser una luz crepuscular, tenue, sin sombras; únicamente gusta de contrastar el cielo, aún iluminado por las últimas claridades del día, con la dehesa umbría. Su perfecta adecuación al mecanismo de la percepción del paisaje, logra un efecto admirable: si se observan muchos de sus cuadros en un primer golpe de vista, apenas se distinguen dos grandes zonas, una de cielo muy luminosa, y otra de tierra envuelta en sombras. Sin embargo, una aproximación a la zona inferior, ocultando las luces superiores, facilita al diafragma del ojo la apreciación de los detalles, elaborados con una singular maestría, capaz describir infinidades de arbustos, ramillas, y hierba seca, piedras, con una reducidísima gama de verdes y tierras. Si hubiera que comparar su retina con la capacidad impresión que las películas fotográficas, diríamos que es amplísima su latitud de exposición. Esta forma de comportamiento visual ante el paisaje no lo abandona ni en sus obras más avanzadas, aunque en la segunda mitad de su obra incorpora unas vistas de una claridad de mediodía que inunda hasta los últimos rincones de aquellos parajes del campo andaluz.
El colorido comienza siendo frío en los azules y en los verdes. Progresivamente los atardeceres se llenan de tonos cálidos, los cielos malva, y los verdes dorados. La técnica experimenta igual proceso: desde los inicios, la pincelada es menuda, trabajaba con rigurosa perfección académica, superponiendo trazos desde los últimos planos hasta los primeros; pincelada limpia, sin mezclar sobre lienzo, sin restregones ni fundidos; toda una paciente labor casi de orfebre. Técnica que no abandona en ningún momento, pero que en su última época se ve enriquecida con una mayor soltura en el manejo del pincel, en la utilización de la espátula e incluso en el empleo del esgrafiado sobre el óleo fresco. Mientras en sus primeras obras, la pincelada es lisa, poco a poco va gustando de empastar zonas del cuadro, buscando relieves en hojas y piedras, que acentúan el realismo si se contempla el cuadro con una luz rasante; llega hasta el extremo del bajo relieve en algunas de sus obras: hay piedras que no sólo sobresalen del soporte, sino que sus perfiles han sido recortados con el cabo del pincel.
Podemos concluir diciendo que Romero Barros es un pintor notable dentro de la escuela realista del último tercio del siglo XIX, formado por Manuel Barrón e influenciado por Carlos Haes; de composición clásica y unitaria, la perfección del dibujo es sólido sustento de un análisis pormenorizado del natural. El colorido evoluciona desde los tonos fríos a las ricas y variadas ramas de verde y oro. Su técnica progresa desde la pincelada detallada a los valientes trazos y gruesos empastes de óleo aplicado con espátula. Romero Barros es un filósofo del paisaje, concebido como el marco admirable del hombre en su bello afán cotidiano.
Ilustraciones.
1. Paisaje con figura. Lienzo (39 x 28 cm.). Firmado: R. Romero, 1861. (número 1 del Catálogo de la Exposición de Moguer, 1978).
2. Paisaje de la Casería de San Pablo. Lienzo (62 x 103,5 cm). Firmado: Rafael Romero 1872 (número 3 del Catálogo).
3. Paisaje del Camino de Santo Domingo. Lienzo (65 x 100 cm). Firmado: Rafael Romero 1872. (número 4 del Catálogo).
4. Paisaje de la sierra de Córdoba. Lienzo (51 x 97,5 cm). Firmado: R. Romero Barros 1877. Figuró en la Exposición "Un siglo de arte español, 1856-1956". (número 5 del Catálogo de Moguer).
5. Paisaje de la Alhambra. Tabla (30 x 17 cm.) Firmado: R. Romero Barros. Granada 1888 (número 7 del Catálogo).
6. Paisaje de la Alhambra. Tabla (30 x 18 cm.) Firmado: R. Romero Barros. Granada 1888 (número 8 del Catálogo).
7. Paisaje con lavanderas. Tabla ( 38 x 18 cm.) Firmado: R. Romero y Barros. Córdoba 1890 (número 9 del Catálogo).
8. Claro de Luna. Lienzo (52 x 52 cm.) (número 14 del Catálogo).
9. Paisaje del Guadalquivir. Lienzo (46 x 65,5 cm.) Figuró en la Exposición "Un siglo de arte español, 1856-1956" (número 15 del Catálogo de Moguer)
10. Paisaje de Córdoba desde el Guadalquivir. Lienzo (29 x 55,5 cm.) (número 16 del Catálogo).
11. Paisaje del Guadalquivir a su paso por Córdoba. Lienzo (35,5 x 60 cm.) (número 17 del Catálogo).
Bibliografía
Catálogo del Museo Provincial de Bellas Artes de Murcia. Año 1927.
CUENCA, Francisco, Museo de Pintores y Escultores Andaluces Contemporáneos, La Habana, 1923.
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GAYA NUÑO, Juan Antonio, y otros, Un siglo de Arte Español (1856-1956), Madrid, 1955.
GIL, Rodolfo, Córdoba contemporánea, Córdoba-Madrid, 1892-1896, 2 tomos.
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OSSORIO Y BERNARD, M., Galería biográfica de artistas españoles del siglo XIX, Madrid, 1883-1884.
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