ICONOGRAFÍA DE LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS EN LA HISTORIA DEL ARTE

 

Conferencia impartida en Cuenca el 4 de mayo de 2017, en el marco de los actos preparatorios de la Coronación Canónica de la Virgen de las Angustias.

 

            Agradezco al Sr. Obispo, Don José María Yanguas, haberse acordado de mí e invitarme a participar en los actos preparatorios de la coronación canónica de Nuestra Señora de las Angustias, al cumplirse el 75º aniversario de su bendición y culto. Sé que no puedo alegar más méritos que haber sido alumno suyo en la Universidad de Navarra. Agradezco a la Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias la confianza depositada en mí para dirigiros estas consideraciones iconográficas.

            La iconografía nos ayuda a leer la imagen: no sólo pondera sus valores artísticos, sino que intenta penetrar en su significado, intentando comprender qué piedad, qué teología dieron lugar a su composición, y cómo se ha ido formando esa tipología a lo largo de la historia del arte. No voy a descubrir nada nuevo. No pretendo otra cosa que recordar cosas muy sabidas para todos ustedes, aprendidas de la contemplación y de la oración ante esta bendita imagen.

1. El valor de la imagen sagrada

            El cristianismo nace en el ambiente cultural judeo-helenístico. Los primeros cristianos viven en ciudades, en las que se topan de continuo con el abigarrado y omnipresente mundo del panteón grecorromano, un ambiente que choca con el segundo mandamiento del Decálogo, con la afirmación de un único Dios, espiritual y trascendente. A ello se une la triste experiencia de tanta sangre derramada por no quemar unos granos de incienso ante la efigie del Emperador, autodivinizado.

            No había una hostilidad cristiana hacia el arte figurativo[1], pues, en la cultura grecorromana, no toda representación plástica tenía carácter idolátrico. El arte cristiano va a pasar sucesivamente por las etapas del arte abstracto, simbólico u ornamental, y del arte figurativo y narrativo, para llegar a la etapa el arte icónico. Todos hemos admirado los riquísimos repertorios del arte paleocristiano en las catacumbas y en los sarcófagos[2]: pero, no lo olvidemos, se trata siempre de un arte decorativo, catequético, una expresión plástica del contenido bíblico de los ritos bautismales y de los rituales fúnebres.

            El paso a la imagen de culto se produce en el ámbito bizantino, planteándose en el siglo VIII la cuestión iconoclasta[3]. En el mundo bizantino, por asimilación del ritual cortesano de la proskynesis, o veneración a un Emperador –ya no divinizado– y a sus representaciones, se desarrolló a nivel popular la práctica de la piadosa veneración a la señal de la cruz y a las reliquias de los mártires, para pasar luego a las representaciones de Cristo y de María. Pero no se había perdido la corriente anicónica en círculos elitistas de la corte imperial, frente a la piedad popular iconódula alentada por los monjes. Después de fuertes tensiones, el Concilio II de Nicea (787), recogiendo la doctrina de los Padres San Gregorio Magno, San Juan Damasceno y San Germán de Constantinopla, definió la legitimidad de la imagen de culto[4], que se puede resumir en la frase de San Basilio: “El honor tributado a la imagen va dirigido a quien representa”[5].

            Tenemos, pues, dos grandes tipologías de la imagen sagrada: la imagen narrativa y la imagen contemplativa o cultual. La imagen narrativa, ya presente en las catacumbas y en los baptisterios romanos, tiene como fin ilustrar determinados pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, o de la vida de la Iglesia. Se desarrollará ampliamente en los códices altomedievales y en el arte de los siglos siguientes. Por su parte, la imagen cultual abstrae de la narración un momento y se detiene en él como vehículo de oración y contemplación. Se podría decir que la imagen narrativa recuerda el acontecimiento pasado, y la imagen de culto lo hace presente. Ciertamente se trata de una simplificación a efectos de sistematización, pero que no son excluyentes entre sí: se puede orar ante una imagen narrativa, y una imagen de culto nos lleva a contemplar un momento o un misterio determinado de la vida de Cristo, de la Virgen o de los santos.

            Esta doble línea, narrativa y cultual, la vemos indicada por San Gregorio Magno en sus cartas al obispo Sereno de Marsella (599-600): por una parte, insistía en el carácter didáctico de las pinturas en los edificios sagrados: “Pues las imágenes en las iglesias son útiles para que los iletrados, mirándolas, puedan leer al menos en las paredes lo que no son capaces de leer en los libros”[6]. Pero, por otra, reconocía que la imagen conduce “a la adoración de la única, omnipotente Santa Trinidad”[7]. El papa Adriano (h. 785) decía: “Las sagradas imágenes son honradas por todos los fieles, de forma que, por medio de un rostro visible, nuestro espíritu sea transportado por atracción espiritual hacia la Majestad invisible de la Divinidad a través de la contemplación de la imagen”[8].

            Ambas líneas podemos encontrarlas tanto en el arte bizantino como en el arte occidental, aunque para el mundo bizantino es fundamental la fidelidad al modelo arquetípico, mientras que en el arte occidental prima la creatividad y la originalidad, dando lugar a una mayor variedad de representaciones, tanto en las imágenes narrativas como en las contemplativas o de culto.

            Ambos aspectos los podemos ver plasmados en la coronanda imagen de Nuestra de las Angustias. Por una parte (imagen narrativa) nos recuerda el momento en que la Virgen sostuvo en su regazo a Jesucristo, después de ser descendido de la cruz, y por otra (imagen contemplativa o de culto) nos invita a considerar el misterio de la Redención del Hijo de Dios, y de la Corredención de María, que con Él padeció una muerte incruenta: Madre e Hijo unidos en un bloque, en un mismo sacrificio.

            El recorrido histórico por la iconografía, nacida en las diferentes épocas artísticas y culturales, nos ayudará a comprender mejor el hondo contenido teológico de la imagen que va a ser coronada, y las consecuencias para la vida espiritual y moral de cuantos la veneran.

2. Fuentes bíblicas de la Piedad y Entierro de Cristo

            La iconografía de la Virgen de las Angustias se enmarca en la escena del Descendimiento, narrado por los Evangelios de San Mateo y de San Lucas: “José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en un sepulcro nuevo [...] María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro” (Mt 27, 59-61). José de Arimatea, “bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en su sepulcro excavado en la roca [...] Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo” (Lc 23, 53-55). San Juan indica los nombres de quienes estaban junto a la cruz, y, por consiguiente, quienes estuvieron en el momento del descendimiento y deposición en el sepulcro: “Junto a la cruz estaban su Madre y la hermana de su Madre, María de Cleofás y María Magdalena” (Jn 19, 25).

            Entre el Descendimiento de la cruz y la Deposición del cuerpo de Cristo en la tumba se sitúa la escena del Planctus, o Llanto sobre Cristo muerto, mientras preparan y perfuman su cuerpo. “Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos” (Jn 19, 39-40).

            En la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén existe una piedra blanca, del tamaño de una persona, situada entre el Calvario y el Sepulcro, donde se piensa fue preparado el cuerpo de Jesús. Un mosaico bizantino de aquel mismo lugar recuerda las tres escenas consecutivas: el descendimiento, la preparación del cuerpo y el enterramiento.

            En la escena central, la Virgen María cobra especial protagonismo, al poder estrechar entre sus brazos el cuerpo de su Hijo, ese cuerpo que no ha podido aliviar mientras estaba clavado en la cruz. Los sentimientos de la Madre dolorosa parecen descritos en el Libro de las Lamentaciones (Lam 1, 12): “O vos omnes, qui transitis per viam, attendite et videte: si est dolor sicut dolor meus”, “Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como mi dolor”. Diego Gómez Manrique (1412-1490) hizo una paráfrasis del Treno de Jeremías, en la copla “Ay dolor, dolor”:

¡Ay dolor, dolor,

por mi fijo y mi Señor!

Yo soy aquella María

del linaje de David.

Oíd, señores, oíd,

la gran desventura mía.

[...]

¡O vos, hombres que transistes

por la vía mundanal,

decidme si jamás vistes

igual dolor de mi mal!

Y vosotras que tenéis

padre, fijos y maridos,

acorredme con gemidos,

si con llantos no podéis”.[9]

3. La prefiguración: De la Virgen de Belén a la Virgen del Calvario

            La contemplación de los sentimientos de la Virgen Madre en los acontecimientos de la muerte de su Hijo Jesús hace inevitable establecer la comparación entre la Virgen de Belén y la Virgen del Calvario. Los poetas han dado voz a ese sentimiento de una madre, para quien su hijo será siempre un niño. Al ver al Hijo muerto en sus brazos, Ella no puede olvidar los abrazos al Niño de Belén. Así se expresa José Javier Aleixandre (1924-2017).

Mi niño, ¿qué te han hecho,

que te han dejado

los ojos sin estrellas,

sin miel los labios?

 

¿Por qué te hirieron lanza,

vinagre y clavos,

si amor mana la fuente

de tu costado?

 

¿Por qué, cuando la hora

de tu quebranto,

hasta en el mismo cielo

te abandonaron?

 

Pues que la luz se esconde

bajo tus párpados,

tu sueño de tres días

nace en mis brazos.

 

Duerme, mi niño, duerme,

mi niño, ea,

tus tres días de sueño

que me desvelan.

 

Arcángeles de luto

muestran su pena,

callando el alboroto

de sus trompetas,

 

y en el hondo silencio

que te rodea

ser caricia más honda

mi voz quisiera.

 

Cuando tú te despiertes,

todas las puertas

quedarán en el cielo

de pronto abiertas.

 

Mas hasta el tercer día

de la promesa,

duérmete, niño mío,

mi niño, ea.

 

Te da para tres días

calor mi seno.

Para que el frío venzas

entre los muertos.

 

Mi consuelo, mi vida,

mi siempre dueño,

déjame que te lleve

de nuevo dentro.

 

Vuelve a ser, niño mío,

flor de mis sueños.

Y sea mi regazo

Belén de nuevo.

            El contraste entre la ternura de la infancia y el dolor de una muerte tan cruel añade especial dramatismo a la escena. Recordemos los versos de Gerardo Diego:

“Dame tu mano, María,

la de las tocas moradas.

Clávame tus siete espadas

en esta carne baldía. [...]

 

“Qué lejos, Madre, la cuna

y tus gozos de Belén:

- No, mi Niño. No, no hay quien

de mis brazos te desuna.

Y rayos tibios de luna

entre las pajas de miel

le acariciaban la piel

sin despertarle. Qué larga

es la distancia y qué amarga

de Jesús muerto a Emmanuel”[10].

            Imágenes de la Virgen con el Niño dormido nos sugieren la premonición de Cristo muerto en brazos de su Madre, como la figura de la Virgen con el Niño de Juan de Juní (h. 1576) en Becerril de Campos (Palencia), la Virgen del Reposo, de Valverde del Camino (Huelva) de Sebastián Santos (1940), o la Virgen dormida (con hábito franciscano) de Antonio Susillo (1885), en La Granada de Riotinto (Huelva)[11].

            Y viceversa: a veces la Virgen Dolorosa sostiene a Cristo muerto como si fuera un niño. La Virgen de la Faja, de Murillo (h. 1660, Museo de Bellas Artes de Sevilla) nos sugiere cómo Jesús fue envuelto en vendas y en una sábana (Cfr. Jn 20, 6-7).También podemos ver el contraste entre la composición de numerosos personajes en la Adoración del Niño en el pesebre (Luisa Roldán, Convento de Santa Teresa, Madrid, 1689-1706) y la del Llanto sobre Cristo muerto.

4. Escenas narrativas: Epitaphios Threnos, Planctus o Llanto sobre Cristo muerto.

            La narración de la escena que media entre el Descendimiento de la Cruz y la Deposición en el sepulcro del cuerpo de Nuestro Señor, es conocida como Epitahpios Threnos, o Lamento fúnebre, y también como Planctus, Lamentación o Llanto sobre Cristo muerto, en la que destaca el dolor corredentor de su Santísima Madre y la compasión serena o arrebatada de los que le acompañan[12].

            La muerte de Cristo provoca un llanto coral, rodeado de gimientes, con todos los aparatos del duelo [13]. Yace Cristo extendido horizontalmente sobre la tierra, sobre la losa de la unción o sobre el sarcófago que ha de recoger su cadáver, o bien diagonalmente desde las rodillas de la Virgen hasta el suelo. Su Madre sostiene la cabeza de Cristo y abraza su cuerpo, mientras que la Magdalena se sitúa a sus pies, recordando la unción en casa de Simón. A su alrededor, las santas mujeres, San Juan, José de Arimatea y Nicodemo explayan toda su aflicción ante la muerte del Hijo de Dios. Quien da el tono dramático a la escena es el dolor maternal de María.

4.1. Fuentes literarias

            Ese “llanto coral” lo vemos en la tragedia griega a la manera de Eurípides, titulada OD\FJ@H AVFPT<, Christus patiens, que se ha atribuido a San Gregorio Nazianceno (329-389), aunque podría tratarse más probablemente de una obra del siglo XII[14]. La Virgen, como protagonista desahoga su dolor con San Juan, con Magdalena y las demás santas mujeres.

            El teólogo

Extiende, Soberana, tus brazos. Y vosotras, las demás mujeres recibid a este muerto que devuelve a los muertos la vida. También yo lo recibiré en cuanto me sea posible.

            La Madre de Dios

¡Ea, miserables manos mías, tomad al muerto! ¡Ay de mí, ay de mí! ¿Qué me veo obligada a mirar? ¿Quién es éste al que ahora sostengo entre mis manos cadáver? ¿Cómo yo, pobrecilla, osaré estrecharlo contra mi pecho, por mucho que le guarde todos los respetos debidos? ¿Cómo acertaré a descargar mi llanto? [...] Aún por última vez te miro y te dirijo la palabra yo que nunca habría deseado, tras haberte dado a luz, verte ahora cadáver, muerto a manos de los impíos. ¡Alcanza a tu madre la mano derecha para que pueda besarla! ¡Oh, mano queridísima, a la que tantas veces me acercaba para abrazarme a ella como la hiedra al tronco de la encina! ¡Ay, ojos queridos, queridísima boca, figura y noble rostro de mi Hijo! ¡Ay dulcísimo acercarse de sus labios! ¡Ay, tez de hermosísimo color, dulcísimo aliento de mi Hijo! ¡Oh, divina fragancia de su perfume: aun entre tantos males he llegado a sentirla y ha dado un vuelco el corazón! ¿Por qué has consentido en someterte a la muerte de modo tan ignominioso? ¿Por qué has privado de ti a la madre que te dio a luz? ¡Ay de mí! ¡Si contigo, Hijo mío, morir pudiera! Más prefiero morir yo que verte muerto a ti. Pues ¿cómo podré alcanzar consuelo de esos ojos mudos y cerrados? ¿Y cómo soportar seguir sin ti la vida? ¡Ay, el suave aliento de tu cuerpo! ¿Es que en vano te nutrieron mis pechos, Hijo mío, cuando estabas aún envuelto entre pañales? ¿Fueron acaso en vano mis angustias y mis trabajos, con los que me fatigué desde el primer momento de tu insólito nacimiento? ¡Cuántas veces, Hijo del Omnipotente, has herido mi corazón: muchas mientras vivías y muchas desde que has descendido a los infiernos![15].

Diego Gómez Manrique (1412-1490), Coplas[16].

[La Virgen María]      

¡Ay dolor, dolor,

por mi fijo y mi Señor!

Yo soy aquella María

del linaje de David.

Oíd, señores, oíd,

la gran desventura mía.

A mí dixo Gabriel

qu'el Señor era conmigo,

y dexóme sin abrigo,

amarga más que la hiel.

Díxome qu'era bendita

entre todas las nacidas

y soy de las afligidas

la más triste y más aflicta.

 

¡O vos, hombres que transistes

por la vía mundanal,

decidme si jamás vistes

igual dolor de mi mal!

Y vosotras que tenéis

padre, fijos y maridos,

acorredme con gemidos,

si con llantos no podéis.

 

Llorad conmigos, casadas;

llorad conmigo, doncellas,

pues que vedes las estrellas

escuras y demudadas,

vedes el templo rompido,

la luna sin claridad.

Llorad conmigo, llorad

un dolor tan dolorido.

 

Llore conmigo la gente

de todos los tres estados,

por lavar cuyos pecados

mataron al inocente,

a mi fijo y mi señor,

mi redentor verdadero.

¡Cuitada! ¿Cómo no muero

con tan estremo dolor?

 

[San Juan Evangelista]

¡Ay dolor, dolor,

por mi primo y mi Señor!

Yo soy aquel que dormí

en el regazo sagrado,

y grandes secretos vi

en los cielos sublimado.

 

Yo soy Juan, aquel privado

de mi Señor y mi primo;

yo soy el triste que gimo

con un dolor estremado

del facedor de la luz,

que por el linage humano

quiso sobir en la cruz.

¡O, pues, ombres pecadores,

rompamos nuestros vestidos!

¡Con dolorosos clamores

demos grandes alaridos!

Lloremos al compañero

traidor porque le vendió.

Lloremos aquel cordero

que sin culpa padesció.

Luego me matara yo,

cuitado, cuando lo vi,

si no confiara de mí

la madre que confió.

Estando en el agonía

me dijo con gran afán:

“Por madre ternás tú, Juan,

a la Santa Madre mía.”

 

¡Ved qué troque tan amargo

para mí de grande cargo!

¡O hermana Madalena,

amada del Redentor!

¿Quién podrá con tal dolor

remediar tan grave pena?

¿Cómo podrá dar consuelo

el triste desconsolado

que vido crucificado

al muy alto rey del cielo?

¡O Virgen Santa María,

Madre de mi Salvador!

¡Qué nuevas de gran dolor

si podiese vos diría!

mas, ¿quién las podrá decir,

quién las podrá recontar,

sin gemir, sin sollozar,

sin prestamente morir?

 

[La Virgen María]

Vos, mi fijo adotivo,

no me fagáis más penar.

Decidme sin dilatar

si mi Redentor es vivo,

que las noches y los días,

si d’Él otra cosa sé,

nunca jamás cesaré

de llorar con Jeremías.

 

[San Juan Evangelista]

Señora, pues de razón

conviene que lo sepáis,

es menester que tengáis

un muy fuerte corazón,

y vamos, vamos al huerto,

do veredes sepultado

vuestro fijo muy preciado

de muy cruda muerte muerto.

4.2. Pintura bizantina y del Trecento italiano

            Parece ser que la iconografía del Llanto sobre Cristo muerto tiene su origen en el Epitaphios Threnos bizantino, las lamentaciones fúnebres ante el cadáver, que se representan en un paño funerario, llamado Epitaphios, que se utilizaba en los oficios del Viernes Santo[17]. Vemos unos ejemplos. Del Maestro de Nerezei, Threnos (1164) del Monasterio de San Pantaleón, en Macedonia. Es importante observar que la cabeza de Cristo está orlada por el nimbo crucífero –de significado trinitario–, indicando así que ese cuerpo exánime sigue estando unido a la divinidad, como instrumentum coniunctum divinitatis[18]. Teófanes el Cretense es el autor del Epitaphios Threnos (como puede leerse sobre los brazos de la cruz), del Monasterio de Stavronikita, Monte Athos (siglo XVI).

            Los modelos bizantinos pasaron a Occidente a través del arte italiano del Trecento. Giotto di Bondone pinta la Lamentación sobre Cristo muerto en 1305, en la Cappella degli Scrovegni, de Padua. La Virgen, de morado, toma ambas manos en las suyas. El gesto arrebatado de San Juan es amplificado por los gritos de los ángeles. Duccio di Buoninsegna en la misma escena del Museo dell’Opera del Duomo de Siena, aún más apegado a lo bizantino, pone el acento en la proximidad de los rostros de María y de Jesús.

4.3. Arte flamenco del siglo XV

            En Europa, el tema se popularizó en el siglo XV, acentuándose el dramatismo, gracias al realismo de la pintura flamenca, llena de colorido, de luminosidad y de valores táctiles. Los ropajes de los personajes secundarios son los de los contemporáneos del artista. Vemos el óleo sobre tabla de Petrus Christus (h. 1450) del Metropolitan Museum de Nueva York: la blancura de la sábana y la lividez del cuerpo destacan más sobre la ropa de duelo de la Madre, que es sostenida por el Discípulo Amado. Para acentuar el realismo, han desaparecido los nimbos.

            Rogier van der Weyden pinta el dolor de María abrazada al cuerpo rígido de Jesús, compuesto en diagonal, acompañada de Juan y de Arimatea, en el marco de una arquitectura gótica, de cuya portada sobresalen los pies de Cristo y el amplio manto rojo de la Madre. El fondo de un paisaje contemporáneo aproxima aún más la escena a su presente. Es la tabla central del Tríptico de Miraflores, donado por el rey Juan II de Castilla en 1445 a la Cartuja de Miraflores, hoy en la Gemäldegalerie de Berlín.

            Dierick Bouts pinta una Piedad (Museo del Louvre, h. 1460) en un paisaje abierto de Calvario: vestida con ropaje de luto, sostiene sobre sus rodillas la cabeza y el torso de Jesús, cuyo cuerpo rígido, también en diagonal, conserva los pies cruzados, como en la cruz. La Virgen lo abraza y lo contempla serena.

            La Lamentación, de Geertgen tot Sint Jans, o Gerardo de San Juan (1485-1490), del Museo de Historia del Arte de Viena, se desarrolla en diversos planos, en el monte Calvario. Al fondo, desclavan y entierran a los dos ladrones. En el grupo principal, escalonado, destaca el cuerpo de Jesús, fuertemente iluminado sobre la blanca sábana. Arrodillada, María con las manos juntas. El realismo de los vestidos y tocados hace más próxima la escena al espectador.

            La influencia flamenca se extendió por los demás países. Más reposada, continuadora de los esquemas bizantinos, es la composición de Jaume Huguet (h. 1450) del Louvre, posiblemente un frontal de altar: la Virgen sostiene la cabeza coronada de espinas de su Hijo, y se acerca para besarlo.

            Al pintor franco-flamenco Enguerrand Quarton se le atribuye la Piedad de Villeneuve-les-Avignon (h. 1455), hoy en el Louvre. La Virgen sostiene sobre sus rodillas el cuerpo incurvado de Jesús, acompañada de San Juan y la Magdalena, y del donante. En el marco superior se puede leer la Lamentación de Jeremías: “O vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte si est dolor sicut dolor meus” (Lam 1, 12).

            Fernando Gallego firma la Piedad del Museo del Prado (h. 1470), en la que se han abstraído las figuras centrales de la escena del Lamento. María abraza a Jesús, extendido en diagonal, sobre un fondo paisajístico dominado por la cruz vacía. A su lado, los dos donantes, en tamaño jerárquico, que imploran misericordia: Miserere mei Domine.

            Discípulo de Juan de Borgoña, y por tanto, en el ámbito de la pintura flamenca, Antonio de Comontes (+ h. 1547) realiza una Piedad en óleo sobre tabla, que, procedente de la parroquia de El Peral (Cuenca) puede contemplarse en el Museo Diocesano. En un paisaje muy luminoso, la Virgen sola, ante la cruz, arrodillada, contempla y adora con dolor contenido a su Hijo Jesucristo en el suelo, flexionado como en la cruz, mostrando las llagas.

            Veamos ahora algunas interpretaciones escultóricas de la Lamentación sobre Cristo muerto. Pedro Millán, seguidor de Lorenzo Mercadante de Bretaña, modeló en barro esta escena, desarrollada en un solo plano, con Cristo extendido sobre la losa del sepulcro a modo de altar, con los santos varones en las esquinas, y María en el centro como oferente (fines del s. XV, Museo de Bellas Artes de Sevilla). El mismo Pedro Millán modeló (1485-1503) una versión del Planctus para Aracena (Huelva), que en el siglo XIX fue a parar al Museo del Ermitage, de San Petersburgo[19]. Con menos personajes, el Cristo reposa su torso en las rodillas de su Madre, resbalando la cabeza y el brazo. San Juan y la Magdalena se llevan las manos a las mejillas en señal de dolor. Hacia 1500, y muy apegado a las fórmulas góticas noreuropeas es la obra atribuida al llamado Maestro de San Pablo de la Moraleja, en la Catedral de Valladolid.

4.4. Maestros del Renacimiento y Manierismo, s. XVI

            En el siglo XVI se imponen los maestros italianos del Renacimiento y del Manierismo, influyendo tanto en los flamencos como en los hispanos.

            De Rosso Fiorentino es la composición más teatral, la Pietà encargada por Francisco I para el castillo de Fontainebleau (h. 1537-1540, Paris, Louvre). Las figuras llenan por completo la superficie del cuadro. Además de la bellísima anatomía del Cristo, que recuerda el Torso del Belvedere, nos llaman la atención los brazos abiertos de María, que abarcan todo el lienzo, y su expresión arrebatada de dolor.

            Al pintor de Amberes Jan Sanders van Hemessen atribuimos la tabla del Llanto sobre Cristo muerto, del antiguo retablo del Salvador de Ayamonte (h. 1540)[20]. La Madre de Jesús, envuelta en amplio manto azul oscuro y velada su cabeza con blanca toca, sostiene la mano llagada de su divino Hijo, y la acerca a su rostro para besarla y sentir su ya fría caricia. Unas lágrimas cristalinas resbalan desde sus ojos. María, en el centro de la escena, y no sin razón, es asociada a Cristo en su obra salvadora, como Corredentora, colaborando con el Redentor, con él y bajo él. Destaca en esta obra la prestancia plástica, casi táctil, de las formas, y muy especialmente la tersura de la piel de su rostro y de sus manos. Entre los personajes de la escena, llama la atención la figura de Arimatea, que interpela al espectador, haciéndole partícipe de sus sentimientos. Toda la maestría del pincel se dirige a conseguir el máximo realismo, para transmitir el rico contenido teológico y producir la mayor conmoción del sentimiento religioso.

            La escena pintada por el romanista Luis de Vargas para Santa María la Blanca de Sevilla (1564), se sitúa en un espacio abierto, a punto de caer la tarde, con la cruz en lontananza, iluminada por las últimas luces del día. La Virgen, sentada, sostiene la mano derecha y dirige su mirada al Padre, ofreciendo la víctima que ella engendró.

            Luis de Morales, un manierista leonardesco, compone esta Piedad en 1570 (Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid), en una estremecedora soledad. La Virgen, arrodillada, abraza con fuerza el cuerpo de Jesús. Las manos abiertas, llenas de vida, contrastan con la piel lívida de Cristo. Impresiona la cercanía de los rostros. El fondo negro evoca un silencio cósmico.

            Las formas más complejas y los sentimientos más arrebatados los encontramos en el escultor Juan de Juní, que se adelanta en el tiempo a la línea expresionista de determinado arte barroco. Juan de Juní, 1541-1545, Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Juan de Juní, 1565-1571, Retablo de la Catedral de Segovia.

4.5. El arte Barroco

            El arte barroco interpretó aún con mayor libertad la escena, tanto en su ubicación como en la reducción del número de personajes, modulando con variadas  expresiones  los sentimientos maternos. Como nota estilística, apuntamos el gusto por los contrastes cromáticos, entre los tonos fríos del cadáver y de los lienzos, acentuados por los azules, y los tonos cálidos de los tejidos rojos y dorados. En los ejemplos que aportamos vemos como elemento común que la mirada de María no se dirige exclusivamente a su Hijo muerto, sino al Padre, con expresión de dolor, quizás de interrogación o de incomprensión, pero ciertamente de aceptación de su voluntad suprema y de ofrecimiento de la víctima. Elegimos unos ejemplos en los que el artista prescinde de la multitud de personajes para centrarse en la figura de María, acompañada tan sólo por Juan y Magdalena, o por dos ángeles.

            Guido Reni, Santa María de la Piedad de los Mendicantes (1616), Pinacoteca de Bolonia. Es la parte superior de un gran cuadro. Se trata, por tanto, de una escena mística. La Virgen aparece sola ante su Hijo extendido sobre la piedra cubierta por un blanquísimo lienzo, entre dos ángeles. Muestra el cadáver de Cristo acostado sobre la piedra de la unción como sobre un altar. Con la mirada al cielo y las manos juntas, parece ejercer la ofrenda sacerdotal de su propio Hijo. En la misma línea de contemplación mística, admiramos la Pietà de Annibale Carracci (h. 1599-1600) del Museo di Capodimonte de Nápoles: la composición contrapone la diagonal del cuerpo de Cristo con el de la Virgen. Sobrecoge la frialdad de los tonos, como en la escena de Guido Reni.

            Hendrick Goltzius (1558-1617) realiza un grabado, que influirá, como tantos otros suyos, en los pintores del barroco. La escena queda reducida a la Virgen con Cristo, y la cruz en lontananza. Entre narrativo y simbólico, el grabado de Anthonis Sallarts y Cornelis Galle (h. 1620) centra la atención en el dolor de la Madre, que tiene que ser sujetada por San Juan y Arimatea. La escena se complementa con el Calvario, pero, sobre todo, con la Transfiguración evocada por el Discípulo Amado.

            Pedro Pablo Rubens pinta el Lamento sobre Cristo (1612), del Getty Center de Los Ángeles, obra dramática y estremecedora, tanto por las expresiones de dolor, como por los contrastes entre el rojo vivo de San Juan con el frío y pálido cuerpo de Jesús. María, con los ojos enrojecidos, dirige su lamento al Padre. Pudo inspirarse en el grabado de Goltzius.

            Jan van Dyck pintó el llanto de María y su invocación a Dios Padre en el cuadro del altar mayor de la iglesia de las beguinas de Amberes (h. 1629), cuya réplica podemos ver en el Museo del Prado. Bartolomé Esteban Murillo pintó para los Capuchinos de Sevilla una serie de cuadros, quizás la cumbre magistral de su obra. Entre ellas está esta Piedad (1668-1669), hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, que recuerda la composición de Annibale Carracci. Como en el cuadro de Van Dyck, el cuerpo muerto de Cristo sigue unido a la divinidad, por lo que de su cabeza brilla el halo luminoso.

            Aunque parezca contradictorio, las formas escultóricas se atemperan en el barroco clasicista, como el de Pedro Roldán o el de Gregorio Fernández. Según Camón Aznar, “el barroco ya no puede prescindir de concebir el cuerpo de Cristo como suma de todas las bellezas y como módulo de la armonía del universo [...] Contra las opiniones más difundidas, nuestros Cristos [...] muestran más serenidad, unas actitudes más calmas y un mayor equilibrio en la estructura del cuerpo que las representaciones flamencas y holandesas, agitadas por unos énfasis más violentos”[21].

            Pedro Roldán representa en el Santo Entierro de Cristo (1670-1673) la séptima obra de misericordia, según el programa iconográfico de Miguel de Mañara para el Hospital de la Caridad de Sevilla.

            Gregorio Fernández, en el grupo escultórico de la Sexta Angustia (1616), del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, parece abrirnos la posibilidad de abstraer de una escena narrativa las figuras de María con Jesús en sus brazos, para convertirlas en una imagen exenta, contemplativa o de culto. Como Carracci, Rubens, Van Dyck y Murillo, la Virgen sostiene el torso y la cabeza en su regazo, mientras el cuerpo se extiende hacia el suelo. Abre su brazo derecho y dirige su lamentación y su ofrenda al Padre.

4.6. Los variados estilos de los ss. XIX-XX: romanticismo, postimpresionismo, academicismo, expresionismo.

            Dando un salto en el tiempo, y situándonos en la segunda mitad del siglo XIX, vemos la interpretación que hace en 1850 Eugène Delacroix, el más emblemático pintor del movimiento romántico, en la Piedad de Oslo (Nasjonalgalleriet, Oslo). El cuerpo de Cristo, reclinado, queda envuelto en la sombra, resaltando así la mano llagada sobre el blanco lienzo, y, sobre el brazo lívido, la mano ensangrentada de María. Tal composición fue reinterpretada por Vicent van Gogh (h. 1889), postimpresionista, en el Museo del Vaticano, como él mismo confiesa en la firma.

            Un academicista como William-Adolphe Bouguereau (1876), de formas perfectas, pero un tanto frías, retrata la Virgen María con los ojos enrojecidos por el llanto, que abraza a Jesucristo. Sus pies cuelgan por encima de un paño empapado en sangre junto a la corona de espinas y una jofaina de agua, que puede recordar tanto la limpieza que se ha hecho del cuerpo ensangrentado, como el lavatorio de los pies de la Última Cena, por el que preanunció el sacrificio que había de lavar los pecados del mundo.

            La secularización del arte y las formas abstractas o minimalistas del s. XX nos ofrecen pocos ejemplos de temas religiosos, incidiendo quizás más en el contenido que en la narración. Como posible ejemplo, aporto esta obra de Teresa Peña (1935-2002), Piedad Trinitaria, en que la Virgen sostiene el cuerpo de Cristo, acompañada por la mano del Padre y por la paloma del Espíritu Santo. Forma parte de la exposición permanente de la artista en el Monasterio de Santa Clara de Moguer[22].

            Podríamos multiplicar los ejemplos. Pero pasemos a la iconografía de la Piedad o Virgen de las Angustias, limitándonos a los ejemplos escultóricos.

5. Imagen contemplativa o cultual: La Piedad o Virgen de las Angustias.

            Sin intención de ser excluyente, agrupamos como imágenes contemplativas o de culto aquellas en las que aparece la Virgen de la Piedad o de las Angustias sola, con el Hijo muerto en sus brazos[23].

5.1. Fuentes literarias

            Se han señalado varias fuentes literarias para las primeras expresiones plásticas de la Virgen de la Piedad o de las Angustias, como el himno Stabat Mater atribuido a Jacopone da Todi (1236-1306), las Meditationes Vitae Christi atribuidas a San Buenaventura, las Meditaciones de Enrique Suso, o las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia[24]. En los reinos de Valencia y de Aragón tenemos bellísimos ejemplos de devotio moderna en las obras de sor Isabel de Villena y de fray Francecs Eiximenis[25].

            Menos conocidos son los autores griegos, Jorge de Nicomedia (s. IX) o Simeón Metafraste, (finales del s. X).

Jorge de Nicodemia, Sermones, VIII

“Señor, el misterio que fue profetizado se cumplió. Beso tu boca en silencio, inmóvil, los labios que anunciaron el mensaje. Beso tus ojos cerrados, los que devolvieron la vista a los ciegos”…“Esta espada ahora atraviesa mi alma. ¡Oh, mi dulce hijo!, ¿quién silenciará mis lágrimas? Sólo Tú si te elevas a los tres días, como has dicho”[26].

Simeón Metafraste (s. X), Llanto de la Virgen María.[27]

¡Desgraciada de mí!... ¿Cuál de tus miembros no ha sido sometido a tortura? ¡Oh cabeza divina perforada por espinas que se clavan también en mi corazón! ¡Oh venerable y sagrado cuerpo que en otro tiempo no hallaba lugar en que reposar, y que ahora reclinado sobre un sepulcro hallas descanso! [ ...] ¡Oh mejillas afeadas por las bofetadas! ¡Oh boca, panal de miel, que tuviste que gustar amarga hiel y beber vinagre! ¡Oh labios que no conocieron el engaño, pero sufrieron el beso que te llevó a la muerte! ¡Oh manos que creasteis al hombre, que fueron crucificadas y que luego descendieron a los infiernos para agarrar aquella mano que se alargó a la fruta prohibida, y arrancar del abismo a toda la humanidad! ¡Oh costado perforado por la lanza por culpa de aquella primera madre que fue creada del costado! ¡Oh pies que anduvieron sobre las aguas como si fuera la tierra y así santificaste la naturaleza liquida! [...]

¡Oh duro funeral! ¡Tú que diste la vida a los muertos, ahora te veo muerto ante mis ojos! En otro tiempo me ocupé de tus pañales, y ahora tiemblo pensando en tu entierro. Entonces te lavaba con agua, y ahora te cubro con ardientes lágrimas. Entonces te tenía entre mis brazos, riendo y jugando como los niños, y ahora te sostengo también entre mis brazos, pero sin aliento e inerte como los muertos [...] Entonces podía llamarme bienaventurada, porque sin imaginarlo me encontré madre de mi Creador; y ahora me encuentro desventurada por tener que ocuparme de su sepultura. Entonces me vi libre de los dolores del parto; y ahora sufro dolores al sepultarte. Entonces, como todos los niños, te dormías frecuentemente en mis brazos, y ahora duermes en ellos como muerto.

Beato Enrique Suso, OP (1295-1366), Meditaciones, 301.

“Llevé a mi dulce bebé en el vientre, y después había muerto. Me asomé de nuevo, pero sentí su voz. Entonces mi corazón se estremeció, y por las lesiones mortales causadas se ha roto en mil pedazos […] Oh delicioso esplendor de la luz eterna, mi alma de luto y la gratitud te abraza en la muerte cruzada, en el regazo de su Madre Dolorosa […] Sus ojos, que brillaban como carbunclos, ahora están apagados. Sus labios, que parecían rosas rojas recién abiertas, están secos y su lengua pegada al paladar. Su cuerpo sangrante ha sido tan cruelmente estirado sobre la cruz que pueden contarse todos sus huesos”[28].

Santa Brígida de Suecia (1303-1373), Profecías y Revelaciones, Libro 1, caps. 27 y 10

“Vi a mi hijo, con un aspecto peor que un leproso, le entregué toda mi voluntad, sabiendo que todo había ocurrido según su voluntad y no habría sucedido si Él no lo hubiese permitido. Le di las gracias por todo y cierto júbilo se entremezcló con mi tristeza, porque vi que Él, quien nunca había pecado, por su grandísimo amor, quiso sufrirlo todo por los pecadores. ¡Que esos que están en el mundo contemplen lo que pasé cuando murió mi Hijo, y que siempre lo tengan en su memoria! […] “Lo recibí sobre mis rodillas como un leproso, lívido y magullado, porque sus ojos estaban muertos y llenos de sangre, su boca fría como la nieve, su barba rígida como una cuerda[29].

Sor Isabel de Villena (1430-1490), Vita Christi, cap. CCXVII.

“¡Oh, dolor que recitar ni estimar se puede! ¡Todas mis entrañas están revueltas y alteradas sobre el cuerpo de este hijo tan amado, pues afligida y dolorosa soy sobre todas las mujeres! ¡Angustias y dolores posee mi cuerpo y alma! ¡Los dolores y penas que en el parto de este dulce hijo me fueron apartadas, en su muerte me son dobladas!”[30]

Fray Bernardino de Laredo, OFM (1482-1540), Subida al Monte Sión (Sevilla, 1535). Cap. XXVIII

“Estando en los lastimados brazos de la mesmísima Madre el cuerpo hecho pedazos del Hijo de Dios y suyo ¿cuál dolor esforzaba a privar más su sentido con más intensa aflixión, ver la sagrada cabeza muy penetrada de espinas, la frente tensa extendida, ensangrentada, o los ojos ya submersos y sin luz, o la nariz afilada o los labios amarillos, o el paladar de la hiel atormentado, o la boca un poco abierta, como quien perdió la vida... Pues si no había sanidad en toda la carne y cuerpo del desollado cordero, ¿podía haber, por ventura, en las entrañas de su oveja lastimada? Sé que no, porque la inocentísima carne del mansuetísimo Cristo, parte era no apartada de las muy puras entrañas de su amantísima madre, y aun de lo más puro de ellas, y si más pura, más tierna, y cuan tierna, tan sensible; y cuan sensible, tan cruelmente lastimada en última extremidad[31].

5.2. Vesperbild

            Las primeras obras escultóricas en las que aparece la Virgen sola, con el Cristo sobre sus rodillas, como formando un bloque, surgen en el ámbito alemán hacia 1320, en el ambiente conventual y con claro objetivo de edificación religiosa[32]. La atención se concentra en el misterio de la Madre doliente, reforzando el poder emotivo del tema. Así es como se distingue de la escena de la Lamentación al pie de la Cruz, que incluye numerosas figuras. En alemán, el tema iconográfico se denominó Vesperbild, es decir, “imagen de vísperas”, por la hora canónica en que se conmemora el descendimiento de la cruz, la preparación del cuerpo muerto de Cristo y su deposición en el sepulcro[33].

            El grupo aparece aislado de cualquier referencia temporal o espacial. Es, claramente, una abstracción mística, destinada a la piadosa contemplación personal, y cargada de alusiones teológicas. El regazo de María se convierte en ara del sacrificio. “La compasión de María por el Hijo no es sólo manifestación del dolor materno, sino también expresión máxima del misterio de la encarnación y de la muerte sacrificial de Cristo. La Virgen es ante todo Mater Salvatoris; y Cristo es, más que otros tipos iconográficos, símbolo de la redención”[34]. El bloque escultórico nos remite al bloque teológico del sacrificio redentor de Cristo, que forma una unidad inseparable con el sacrificio corredentor de María.

            De las innumerables imágenes de talleres alemanes, que se difundieron por toda Europa, exponemos algunas. La Vesperbild, de las Colecciones de arte de Coburg (Kunstsammlungen der Veste Coburg) era considerada hasta hace poco como la más antigua, de 1320, aunque en su Museo se la cataloga como de 1360-1370, procedente de Franconia o de Turingia. Vesperbild, mediados del siglo XIV. Rudolstadt (Alemania) Landesmuseum Heidecksburg, con un Cristo muy pequeño, casi infantil. Más pequeño aún el de la Vesperbild, taller del valle del Rhin, c. 1375-1400, madera policromada. Nueva York, The Metropolitan Museum of Art. De similar rigidez es la Virgen de África, patrona de Ceuta, en el Santuario de Santa María de África, de la segunda mitad del siglo XIV, donada por Enrique el Navegante en 1421.

5.3. Schöne Vesperbild

            En el siglo XV, conforme al estilo gótico internacional, la rigidez de las primeras representaciones se transforma en figuras más amables, las Schönen Vesperbilder, que traduciríamos por “bellas Piedades”, de rostro infantil: “La Virgen, caracterizada joven, manifiesta un dolor más contenido ante la muerte de su Hijo, más realista en el tamaño y dispuesto en el regazo de su Madre en horizontal, aportando mayor volumetría a las composiciones, a lo que también contribuye el amplio manto de María”[35]. La composición evoluciona despegando el cadáver de Cristo del cuerpo de la Madre. Vemos la Vesperbild, c. 1400, madera policromada. Munich (Alemania), Bayerisches Nationalmuseum.

            Las “bellas imágenes de Vísperas” se extendieron por toda Europa, bien sea por exportación de las piezas, o por influencia en maestros locales. Veamos algunos ejemplos hispanos. Vesperbild, taller germánico, c. 1406-1415, piedra policromada. Villanueva del Duero, en Valladolid, Museo Nacional de Escultura. Piedad, de Alejo de Vahía, finales del siglo XV, madera policromada. Villaumbrales (Palencia), iglesia de San Juan Bautista.

            En otro ámbito del arte gótico se sitúa la Virgen del Camino, patrona de León, de principios del siglo XVI, muestra una fuerte rigidez tanto en la anatomía como en el plegamiento de los vestidos.

5.4. La Pietà

            El ideal del Renacimiento es la del hombre perfecto, síntesis de belleza corporal y de belleza espiritual, y la Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre. Nadie como Michelangelo Buonarroti supo llevar tan alto este ideal. Y quizás donde más lo haya logrado es en la Pietà del Vaticano (1496), una obra llena de sentimiento y delicadeza, de profundidad teológica y de belleza plástica. La Madre joven lleva sobre su regazo el cuerpo joven también de Jesús: lo mira y lo ofrece serenamente. La materia fría y dura del mármol ve negada su condición, para expresar la blandura y el calor de la carne, hasta observar la presión de los dedos.

            Años después (1540-1544), el artista vuelve a tomar el tema de la Piedad en el impresionante dibujo que hizo para Vittoria Colonna (Museo Isabella Stewart Gardner, Boston). Cristo, desclavado, y que aún mantiene la disposición de la cruz, deja caer todo su peso muerto entre las rodillas de la Madre, como si Ella volviera a dar a luz al Cordero de Dios, que con su sacrificio, quita los pecados del mundo. Ayudada por dos ángeles que sostienen los brazos de Jesús, que caen hacia la tierra, María, con los brazos abiertos hacia el cielo, dirige al Padre su mirada y todo su dolor y su ofrenda.

            Las obras finales de Miguel Ángel expresan un sentimiento heroico del dolor, el sufrimiento de una derrota aceptada, y de una trágica resignación. “La carne desaparece; las formas anatómicas son secas; el alma se sublima; el lenguaje plástico se hace autónomo y abstracto”[36]. Se impone la forma esbozada, el non finito, la gran expresión dramática. Así lo vemos en la Pietà Bandini, 1547-1553, Museo dell’Opera del Duomo, Florencia; en la Pietà de Palestrina, c. 1555, Galería de la Academia, Florencia; y en la Pietà Rondanini, 1552-1564, Milán, Castillo Sforzesco: Cristo aparece casi de pie, ganando protagonismo en la escena.

            A una distancia infinita, si se quiere, presento dos ejemplos de Virgen de la Piedad en la provincia de Huelva, continuadoras del esquema compositivo de la Vesperbild, especialmente en la anatomía del Cristo. Piedad, primera mitad del siglo XVI. Lucena del Puerto (Huelva), del antiguo Hospital de la Misericordia: la Virgen sostiene el cuerpo rígido de Jesús sobre un lienzo blanco; con la mirada, busca la compasión del espectador. Piedad, s. XVI, La Palma del Condado (Huelva), Hermanas de la Cruz: sentada, al pie de la cruz, sostiene a Cristo sobre sus rodillas, sostiene su brazo izquierdo, y lo mira fijamente; imagen de pequeño tamaño, dirigida a la devoción privada. Añadimos la Virgen de las Angustias, coronada, Patrona de Ayamonte, del siglo XVI, que muestra plegamientos góticos arcaizantes; el cuerpo del Señor fue realizado en 1888 por Emilio Pizarro Cruz, rehecho por José da Silva en 1937. Una litografía de Mitjana, de mediados del s. XIX nos muestra cómo era la primitiva imagen. Añadimos, dentro de esta época, una Piedad del cercano Algarve portugués, la Patrona de Loulé, a la que llaman Mae soberana.

5.5. La Virgen de las Angustias

            A partir del siglo XVII es notable la influencia espiritual de la Orden de los Servitas, que difundieron por todas partes la devoción a los Siete Dolores de la Santísima Virgen. A la iconografía anterior se añade el corazón atravesado por los siete cuchillos, que representan los siete dolores. También las imágenes reciben el título de Quinta Angustia, Sexta Angustia, o simplemente Virgen de las Angustias.

            La iconografía de la Piedad se siente deudora de la Vesperbild. Sin embargo, podemos decir que a partir del siglo XVII, la figura de la Virgen con el Cristo en su regazo se libera del rígido esquema anterior, y se toma una nueva forma más libre y más variada para representar el dolor de María con su Hijo muerto en su regazo, como si sacara esas dos figuras del conjunto de personajes del Llanto sobre Cristo muerto, para darle un contenido autónomo.

            Como describe Camón Aznar, “María expone su Hijo martirizado como si fuera una custodia, y su dolor se derrama como una cabellera sobre el cadáver de su Hijo. No es un dolor reconcentrado, de ardiente expresividad trágica [...] sino que se extiende requiriendo compasiones fraternas [...] A Jesús, recién desclavado de la cruz, la Virgen lo retiene por un momento, enteramente suyo, pudiendo restañar tanta crueldad con besos y exclamaciones amorosas”[37].

            Para penetrar en los sentimientos y en la voluntad de María, podemos detenernos en la mirada y en las manos.

            La mirada de María puede fijarse en el cuerpo muerto de Jesús: se concentra en el sufrimiento del Hijo de Dios que se ha entregado para la redención de los pecadores. Por la mente de María pueden pasar los recuerdos del Niño acunado en su regazo.

            La mirada puede también dirigirse al espectador, como pidiendo compasión, según las Lamentaciones de Jeremías: Vosotros, ved si hay dolor como mi dolor. La mirada interpela al espectador para integrarlo en la escena, para hacerle responsable de esa muerte ignominiosa, pero redentora.

            La mirada, en fin, puede elevarse al cielo, al Padre Dios, que no perdonó la vida de su propio Hijo. Mirada que puede entenderse como una pregunta angustiada: “¿Por qué?”. O bien puede entenderse como una mirada de ofrenda sacrificial, ofreciendo al Padre lo que el Padre le había encomendado.

            Otro medio de expresión son las manos. Puede tener las manos juntas, en actitud de oración, o abrazar a Cristo con ambas manos, o sujetar la cabeza con la derecha y sostener el brazo izquierdo con la otra mano. En ese caso, toda la atención se centra en Cristo, coincidiendo con la mirada baja.

            O bien, puede sostener con la derecha la cabeza y tener la izquierda abierta, sintetizando así la atención a Cristo y la expresión “declamatoria” de sus sentimientos.

            Finalmente, puede tener ambos brazos abiertos, con la mirada hacia el cielo, como súplica desgarrada al Padre.

            En todos los casos, y uniéndolos a la primitiva figuración de la Vesperbild y de la Pietà, podemos decir que se está plasmando el misterio del Sacerdocio de María. Por una parte, las rodillas de la Dolorosa sirven de ara de altar, especialmente cuando el torso de Cristo reposa horizontalmente, aunque también participa de esa visión cuando el cuerpo resbala en diagonal. Por otra parte, la mirada dirigida al cielo recuerda el gesto de Cristo tantas veces repetida, y que adquiere especial significado en la institución de la Eucaristía.

            La iconografía de la Virgen de las Angustias vienen, de este modo, a expresar el Sacerdocio de la Virgen. El arte católico de la Contrarreforma, esencialmente sacramental, dio a esta escena un nuevo significado. El acento ya no está puesto en la aflicción de la Madre desconsolada, como en la Edad Media, sino en el Sacerdocio de la Virgen (Virgo sacerdos), quien al ofrecer a su Hijo en holocausto, se asocia al sacrificio eucarístico, instituido por Cristo en la Última Cena, y hecho presente en las palabras consecratorias del sacerdote.

            Las palabras que pronuncia el sacerdote en la Plegaria Eucarística[38] se pueden poner perfectamente en labios de María:

– “El cual, la víspera de su pasión, tomó pan en sus santas y venerables manos”: María toma en sus manos el “pan”, la víctima, Cristo nacido en Belén, “tierra de pan”.

– “Y, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo misericordioso”: María mira al cielo, al Padre de Jesucristo, implorando el consuelo de su misericordia.

– “Dando gracias te bendijo”: con el corazón lleno de dolor, podría repetir en su interior las palabras que Ella misma cantó: Proclama mi alma la grandeza del Señor... aunque ahora me cueste entenderlo. Ella conserva estas cosas, meditándolas en su interior.

– “Lo partió”: el gesto de Cristo de partir el pan fue una manera de simbolizar que su cuerpo sería roto, destrozado, desollado. María sostiene un Cristo roto, partido: sostiene en sus brazos el Varón de Dolores.

– “Y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de Él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”: el gesto de los brazos de María pueden sugerirnos la entrega que Ella nos hace del fruto de sus entrañas, pan partido que podemos recibir en la Sagrada Eucaristía.

            Veamos algunos ejemplos de la Virgen de las Angustias, recorriendo algunas etapas de la historia del arte y diversas escuelas hispanas.

            Virgen de las Angustias, patrona de Granada[39]. Era una imagen de pie, del siglo XVI, a la que en el siglo XVII se le añade el cuerpo yacente de Cristo, conforme a la tradicional composición de la Vesperbild. Los ricos ropajes consiguen unir ambas figuras, como si de un solo bloque se tratara. Un Vesperal, libro para el canto de las vísperas, de Granada, realizado en 1671 para conmemorar el traslado de la Virgen de las Angustias a su nuevo altar, nos ofrece la interpretación pictórica de la imagen de culto.

            Del siglo XVII vemos la Virgen de las Angustias, de Juan de Mesa, 1627, Córdoba. Con el Cristo sobre las rodillas, en un blanco lienzo, sostiene la cabeza con la izquierda y un pañuelo en la derecha. Ambas imágenes son independientes. La Virgen es de talla para vestir. De la escuela castellana, Gregorio Fernández, Piedad, 1627, Iglesia de San Martín, Valladolid. La Virgen está semiarrodillada, sosteniendo el cuerpo sobre la derecha. El Cristo resbala al suelo. La expresión dramática de dolor, con los brazos abiertos, invoca la compasión de Dios Padre.

            En el siglo XVIII destacan Luis Salvador Carmona y Francisco Salzillo. Del primero, la Piedad, 1752, de Salamanca, Catedral. Mucho más serena la expresión de María. El cuerpo de Cristo, sobre ambas rodillas. Modelado suave, colores planos, rojo y azul. De Francisco Salzillo, Virgen de las Angustias, 1740, Murcia, la primera de una larga serie de imágenes murcianas, como la de Yecla. Del napolitano Giacomo Colombo es la Virgen de la Caridad, Patrona de Cartagena, de 1723.

            En el siglo XX son innumerables. La Virgen de la Piedad, de Cartagena, obra de José Capuz, 1924, cuyo magisterio desde Madrid influirá en numerosos escultores. En Sevilla, Antonio Castillo Lastrucci, Virgen de las Angustias, 1948, Villarrasa (Huelva), fue uno de los escultores del ámbito sevillano, que cubrió el vacío dejado por la destrucción de las imágenes en 1936. Muy venerada es la Virgen de la Piedad, de la Hermandad del Baratillo, de Sevilla: la Virgen es obra de Fernández Andes (1945), y el Cristo, de Ortega Bru (1950).

            En Huelva, Antonio León Ortega, Virgen de las Angustias, 1958. Huelva, Ermita de la Soledad. Escultor ayamontino, formado en Madrid entre los años 1927 y 1934, con Benlliure, Capuz, Adsuara y otros, desempeñó el papel de reponer las imágenes perdidas en 1936. Entre ellas, ésta, que sustituye a la de Francisco de la Gándara, de 1605.

            Finalmente, aporto la Piedad que ha tallado Martín Lagares, este año de 2017 para Almonte (Huelva). Joven escultor, licenciado en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca. Destaca por el movimiento que imprime en sus composiciones y por la autenticidad de los sentimientos expresados.

6. La Virgen de las Angustias, de Cuenca

            La Diócesis de Cuenca venera como celestial Patrona a la Virgen de las Angustias, obra del escultor valenciano José Rabasa, en sustitución de la imagen de Luis Salvador Carmona, encargada por José Carvajal y Lancáster, gentilhombre de cámara de Carlos III, y Alfonso Clemente de Aróstegui, embajador español ante la Santa Sede y ante Nápoles. Fue coronada canónicamente por el Nuncio de Su Santidad, Mons. Hildebrando Antoniutti el 31 de mayo de 1957[40]. Imagen de vestir, sigue el esquema de la Vesperbild y de la Piedad. El paño blanco de encajes recuerda el sudario y al mismo tiempo alude a los paños eucarísticos.

            Coronadas en 2016 por Don José María Yanguas, fueron las imágenes de la Virgen de las Angustias, Patrona de Castillo de Garcimuñoz, el 13 de agosto, y la Patrona de Uclés, el 17 de septiembre.

            Y finalmente llegamos a la venerada imagen de la Virgen de las Angustias, obra de Luis Marco Pérez, tallada en 1942, a la que conducen todas nuestras reflexiones anteriores. (En el taller de Luis Marco Pérez, 1942.- En procesión de Viernes Santo). No sería atrevido decir que la imagen sintetiza lo mejor de los modelos anteriores.

            La Virgen, sedente, viste manto azul sobre túnica morada, y cubre su cabeza con una toca o monjil blanco. Flexiona la rodilla izquierda, lo que permite situar el cuerpo de Cristo en diagonal. Gira levemente la cabeza, para centrar su mirada sobre el Hijo exánime. Con la mano derecha sujeta el cuerpo por el hombro, mientras que la izquierda exterioriza con su gesto la magnitud de su dolor.

            El cuerpo de Cristo conserva la incurvación generada por la posición en la cruz, salvo el brazo derecho, que cae en vertical y el izquierdo que se adapta al cuerpo. Ni que decir tiene la belleza y perfección de la anatomía, salvando la licencia artística de acentuar la diartrosis y de mostrar los músculos como si estuvieran en tensión. Destacan los relieves del tórax, y el de los músculos pectorales y abdominales. La cabeza reposa serena sobre el lado de la Madre.

            Si la composición nos recuerda el grabado de Goltzius y el óleo de Rubens, la ejecución plástica nos remite a Gregorio Fernández y a Luis Salvador Carmona. La cercanía de los rostros y la ternura de la expresión evocan la tabla ayamontina de Van Hemessen; en ambos casos, unas cristalinas lágrimas resbalan por las mejillas.

            En cuanto a su interpretación teológica, podemos considerarla una fiel expresión del sacerdocio de María, tal como lo entiende el Concilio Vaticano II: pues si los cristianos “quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”[41], cuánto más María vivió su sacerdocio santo, cuando ofreció su vida y la vida de su Hijo al Padre para la Redención de los hombres. María “sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre, que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima”[42].

Conclusión

            La venerada imagen de la Virgen de las Angustias, que será coronada, reúne tanto la virtualidad narrativa y catequética como la contemplativa y cultual. Nos relata un momento concreto del Misterio Pascual, poniendo de manifiesto que Jesucristo murió verdaderamente, que fue descendido de la cruz y encerrado en un sepulcro. Pero, como en los misterios del rosario, la narración viene de la misma Madre, testigo notarial de su muerte, al pie de la cruz vacía. Así mismo, la imagen se convierte de un tratado teológico que nos acerca al único sacrificio de Cristo, con el que se une como en un solo bloque como Corredentora. Al sacerdocio único y eterno de Cristo se une el sacerdocio de María, que se ofrece a sí misma y ofrece al Padre la culminación de su vocación, unida desde el fíat a la persona y a la obra de su Hijo.

            La imagen, sobre todo, sirve para contemplar el misterio y orar ante él, tributándole el culto de la veneración, en cuanto que nos hace presente la persona de María, la Madre de Jesucristo, que, en el cielo, ha alcanzado la victoria, y, desde el cielo nos precede, alentando nuestra esperanza.

            Este mensaje y esta función nos llega envuelto en las más bellas y seductoras formas, atrayendo así nuestra contemplación y nuestra súplica, ante quien comprende nuestras angustias porque ha pasado por ellas.

            A la Virgen de las Angustias le pedimos que, así como hoy, en este valle de lágrimas, nos muestra a Jesús en sus brazos, después de este destierro nos muestre a Jesucristo glorioso, fruto bendito de su vientre.

Manuel Jesús Carrasco Terriza, Cuenca, 4 de mayo de 2017


 

ÍNDICE

1. El valor de la imagen sagrada................................................................................................. 1

 

2. Fuentes bíblicas de la Piedad y Entierro de Cristo................................................................ 3

 

3. La prefiguración: De la Virgen de Belén a la Virgen del Calvario........................................ 4

 

4. Escenas narrativas: Epitaphios Threnos, Planctus o Llanto sobre Cristo muerto................... 6

4.1. Fuentes literarias...................................................................................................... 7

4.2. Pintura bizantina y del Trecento italiano............................................................... 10

4.3. Arte flamenco del siglo XV.................................................................................. 11

4.4. Maestros del Renacimiento y Manierismo, s. XVI............................................... 12

4.5. El arte Barroco...................................................................................................... 13

4.6. Los variados estilos de los ss. XIX-XX................................................................ 14

                                                                                                                       

5. Imagen contemplativa o cultual: La Piedad o Virgen de las Angustias............................... 15

5.1. Fuentes literarias.................................................................................................... 15

5.2. Vesperbild.............................................................................................................. 17

5.3. Schöne Vesperbild................................................................................................. 18

5.4. La Pietà................................................................................................................. 18

5.5. La Virgen de las Angustias................................................................................... 19

 

6. La Virgen de las Angustias, de Cuenca............................................................................... 22

 

Conclusión................................................................................................................................ 24

 



[1] Cfr. André Grabar, Las vías de la creación en la iconografía cristiana, Madrid, Alianza, 1985.

[2] Cfr. André Grabar, El primer arte cristiano (200-395), El Universo de las Formas, Madrid, Aguilar, 1967.

[3] Cfr. C. Emereau, “Iconoclasme”, en DTC, VII, 575-595.

[4] Concilio Niceno II (787), Denzinger-Schönmetzer, 600-603. San Juan Pablo II, Carta Apostólica Duodecimum saeculum, al cumplirse el XII centenario del II Concilio de Nicea, 4 diciembre 1987.

[5] San Basilio de Cesarea, Sobre el Espíritu Santo, XVIII, 45, 19: “honor imaginis ad exemplar transit”. PG, 32, 152A. Cfr. José María Yanguas Sanz, “La divinidad del Espíritu Santo en San Basilio”, en Scripta Theologica, IX-2 (1977) 522.

[6] San Gregorio Magno, Carta al obispo Sereno de Marsella, julio 599: “Idcirco enim pictura in ecclesiis adhibetur, ut hi qui litteras nesciunt saltem in parietibus videndo legant, quae legere in codicibus non valent”. MGH, Gregorii I Papae Registrum Epistolarum, II, 1, lib. IX, 208, p. 195.

[7] San Gregorio Magno, Carta al obispo Sereno de Marsella, octubre 600: “Sed hoc sollicite fraternitas tua admoneat, ut ex visione rei gestae ardorem compunctionis percipiant et in adoratione solius omnipotentis Sanctae Trinitatis humiliter prosternantur”. MGH, Gregorii I Papae Registrum Epistolarum, II, 2, lib. XI, 10, p. 270.

[8] Adriano I, Carta LVI a los Emperadores Constantino VI e Irene, PL 96 1216B.

[9] Diego Gómez Manrique, Cancionero, Edic. Antonio Paz y Méija. t. II, Madrid, 1885, pp. 292-296.

[10] Gerardo Diego, Versos divinos. Viacrucis, en Obras completas. Poesía, ed. Francisco Javier Díez de Revenga, Madrid, Aguilar, 1989, tomo I, p. 337.

[11] Juan Miguel González Gómez y Manuel Jesús Carrasco Terriza, Escultura mariana onubense, Huelva, Diputación Provincial, 2ª ed., 1992, pp. 141-142. La Virgen, dormida, viste hábito gris de terciaria franciscana. El Niño, en cambio, está despierto, y adopta la posición de un crucificado.

[12] Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1996, t. I / 2, pp. 538-540.

[13] José Camón Aznar, La Pasión de Cristo en el Arte Español, Madrid, BAC, 1949, p. 91.

[14] Johannes Quasten, Patrología. II, Madrid, BAC, 1962, p. 257: “La tragedia Christus passus, que se encuentra entre sus obras (PG 38,133-338), es ciertamente espuria. Fue compuesta, probablemente, en el siglo XI o XII y es el único drama que se conserva del período bizantino”.

[15] Appendix ad S. Gregorii Theol. Carmina, Christus Patiens, PG, 38, 240-242. San Gregorio Nacianceno, La Pasión de Cristo, Edic. Francesco Trisoglio e Isabel Garzón, Madrid, Ciudad Nueva, 1988, pp. 100-101.

[16] Diego Gómez Manrique, Cancionero, Edic. Antonio Paz y Méija. t. II, Madrid, 1885, pp. 292-296.

[17] L. Réau, o.c., p. 538.

[18] Tomás de Aquino, Summa Theologiae, q. 53, art. 1, ad 2: “La divinidad estaba unida al cuerpo de Cristo, después de la muerte, con la unión personal”.

[19] María Fernanda Morón de Castro, “La ‘Lamentación’ del imaginero Pedro Millán en el Museo del Ermitage”, en Laboratorio de Arte 7 (1994) 297-302,

[20] Manuel Jesús Carrasco Terriza, Jan van Hemessen y el Retablo del Salvador de Ayamonte, Huelva, Academia de Ciencias, Artes y Letras, 2003, pp. 55-61.

[21] José Camón Aznar, La Pasión de Cristo en el Arte Español, o.c., pp. 56-57.

[22] M. J. Carrasco Terriza, Porta fidei. Exposición, Monasterio de Santa Clara de Moguer, Catálogo, BOOH 411 (2013) 119, 55-62.

[23] Luis Reau, Iconografía del Arte Cristiano, o.c., pp. 110-119.

[24] Laura Rodríguez Peinado, “Dolor y lamento por la muerte de Cristo: la Piedad y el Planctus”, en Revista Digital de Iconografía Medieval, vol.VII, nº 13, 2015, pp. 3-4.

[25] Matilde Miquel Juan, “¡Oh, dolor que recitar ni estimar se puede! La contemplación de la piedad en la pintura valenciana medieval a través de los textos revocionales”, en Anuario de Historia de la Iglesia 22 (2013) 291-315.

[26] Laura Rodríguez Peinado, o.c., p. 3.

[27] Simeón Metafraste, Oratio in lugubrem lamentationem Sanctissimae Deiparae pretiosum corpus Domini nostri Jesu Christi amplexantis, PG 114, 209-218. Juan Plazaola, Historia y sentido del Arte Cristiano, Madrid, BAC, 1996, p. 537.

[28] Laura Rodríguez Peinado, “Dolor y lamento por la muerte de Cristo”, o.c., p. 3.

[29] Ibidem, p. 3. 

[30] Matilde Miquel Juan, o.c., p. 291.

[31] Laura Rodríguez Peinado, “Dolor y lamento por la muerte de Cristo”, o.c., p. 3.

[32] Erwin Panofsky, Imago Pietatis. Contribution à l’histoire des types du ‘Christ de Pitié’ / ‘Homme de Douleurs’ et de la ‘Maria Mediatrix, en Peinture et dévotion en Europe du Nord à la fin de Moyer Âge, Paris, 1997, pp. 13-28. M. G. Balzarini, “Piedad”, en Iconografía y Arte Cristiano, L. Castelfranchi - M. A. Crippa (Dir.) Madrid, San Pablo, 2012, pp. 1169-1173.

[33] Louis Reau, Iconografía del Arte Cristiano, o.c., p. 111. J. H. Emminghaus, “Vesperbild”, en Lexikon der christlichen Ikonograpohie t. IV, Freiburg, Herder, 1972, pp. 450-456.

[34] Ibid, p. 1169.

[35] Laura Rodríguez Peinado, “Dolor y lamento por la muerte de Cristo”, o.c., p. 5.

[36] Juan Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, Madrid, BAC, 1996, p. 641.

[37] José Camón Aznar, La Pasión de Cristo en el Arte Español, o.c., pp. 90-91.

[38] Misal Romano, Plegaria eucarística I.

[39] Encarnación Isla Mingorance. La Virgen de las Angustias. I. El conjunto escultórico, Granada, 1989.

[40] Crónica oficial de la coronación de Nuestra Señora de las Angustias, Madrid, Impr. Comercial, s. f. Dimas Pérez Ramírez, “Nuestra Señora de las Angustias. Cuenca”, en Guía para visitar los Santuarios Marianos de Castilla-La Mancha, tomo 16 de María en los pueblos de España, Madrid, Ed. Encuentro, 1995, pp. 179-180.

[41] Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 21-11-1964, n. 10.

[42] Ibid., n. 58. Sobre el tema del sacerdocio de María, cfr. Mercedes Navarro, “Sacerdocio (María y el sacerdocio de Cristo)”, en Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, San Pablo, 1993, pp. 1770-1790. Javier Ibáñez Ibáñez, “María, Madre-Sacerdote”, en Scripta de María, 10 (2013) 167-200.