El Cristo Pobre, de la Parroquia de Belén, de Huelva


Manuel Jesús Carrasco Terriza


            El pasado día 28 de octubre de 2013 procesionó por las calles de la popular Barriada de la Navidad y feligresía de la Parroquia de Nuestra Señora de Belén, la imagen del Cristo crucificado que preside el templo parroquial, una vez restaurada por Ana Beltrán, por iniciativa del párroco, D. Manuel Salazar.


La imagen


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                                                                                     El Cristo Pobre (o Cristo de los Pobres) Nota a pie es una talla de madera policromada (1,72 x 1,40 m), resultado de la conjunción de un cuerpo, obra de un autor gaditano-genovés, recientemente atribuida a Antonio Molinari, de hacia 1745, con una cabeza, tallada por el escultor sevillano Francisco Buiza, de 1969. Procede de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, de Cádiz Nota a pie , donde era venerado como Cristo de la Misericordia.

                                                                                     Al crearse la nueva parroquia de Ntra. Sra. de Belén, su primer párroco, don Antonio Martín Carrasco, acudió al cura párroco de la del Salvador de Sevilla, D. José Gutiérrez Mora, para pedirle una imagen que presidiera el nuevo templo, carente por completo de recursos económicos. Éste, a su vez, se dirigió al escultor Buiza, quien le facilitó esta imagen de Cristo Crucificado, compuesta por un cuerpo antiguo y una cabeza tallada por él.

                                                                                     El cuerpo es el de la imagen del Santísimo Cristo de la Misericordia, titular de la Venerable Cofradía de Penitencia y Hermandad de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Misericordia y María Santísima de las Penas, de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, de Cádiz Nota a pie . La primitiva imagen salía procesionalmente en la Semana Santa de Cádiz, pero no era del gusto de algunos hermanos, como queda testimoniado en un juicio publicado en 1969: “Era una talla, quizás de finales del XVII, desproporcionada de cuerpo, rígida e inágil de factura, maciza, con perizoma pegado al cuerpo y grueso nudo lateral; pies anquilosados y anatomía dura. Sin embargo, la cara ofrecía –y ofrece– una impresión seca y abandonada, resignada y quieta en imponente soledad” Nota a pie . Por esta razón, en 1969, se le encargó a Francisco Buiza que realizara un nuevo cuerpo, que, según ellos, fuera más acorde con la proporción de la testa. Una vez compuestas ambas imágenes, la que vino a Huelva se bendijo el 18 de diciembre del año 1970.

            Cristo aparece suspendido por tres clavos de una cruz arbórea, cilíndrica, con la corteza tallada, nudos y llagas dorados. En su stipes superior corto se fija el titulus crucis, escrito en los tres idiomas, en pergamino sobre tablilla rectangular. Carece de potencias y de corona de espinas. Al paño de pureza primitivo, cordífero, se le añadió la moña lateral, en caída vertical. Se recoge bajo la cuerda, dejando gran parte de la pierna derecha descubierta, y un poco de la cadera izquierda. Fotografías antiguas que conserva la Hermandad del Cristo de la Misericordia de Cádiz revelan que, efectivamente, el lienzo original estaba pegado al cuerpo, sin moña ni extremos colgantes, facilitando así la costumbre de superponer a la talla un sudario de tela. Carece de suppedaneum.

            Es un Cristo muerto, muy llagado y dolorido, como es habitual en las obras gaditano-genovesas. La testa, obra del sevillano Francisco Buiza, es grande y expresiva; el rostro, muy sentido, con el entrecejo fruncido y la frente surcada de arrugas. Quedan aun entreabiertos los ojos y la boca. La cabellera, partida, ha sido tallada con detalle, según los modelos mesinos; forma ondulaciones paralelas gruesas, sobre todo por la espalda; cae un mechón sobre el hombro derecho. La barba recibe el mismo tratamiento: larga, abundante y encrespada.

            El cuerpo, en cambio, obedece a modelos del barroco gaditano-genovés. Los brazos, dispuestos entre sí en 120º de ángulo, soportan el peso de cuerpo, marcando el pequeño ángulo de desviación de brazo y antebrazo. En la anatomización, el autor se ha esmerado en describir las venas mediana, basílica y cefálica, llenas por la compresión aórtica, a que ha dado lugar la posición ortostática. Las manos, taladradas por las palmas, están semicerradas, con los dedos contraídos. Tras los hombros llagados, observamos el torso, algo estrecho, en el que se marcan los surcos intercostales y los músculos pectorales, serratos, y abdominales. Quedan poco marcadas la cintura y las caderas. La espalda está totalmente surcada por numerosos regueros de sangre, que manan de las heridas de los azotes.

            Las piernas se sitúan en posición frontal, totalmente unidas. Las rodillas, muy juntas, tremendamente descarnadas, con equimosis, bordes levantados, y pérdida de la piel, que deja la rótula al aire. Los pies se sobreponen, el derecho sobre izquierdo, algo cruzados los talones. Los hematomas, las livideces y los signos cruentos de la pasión aparecen muy abundantes por toda la superficie corporal: manos, cabeza, hombros, pecho, costado, piernas, rodillas, pies; y no sólo debido a las heridas de los clavos, sino a las caídas, golpes, azotes, etc. Es un verdadero retablo de dolores.

            La policromía, después de la restauración, ha recuperado las transparencias y los variados matices de la piel macerada. Sobre la piel clara, destaca ahora muchísimo el fuerte color rojo de la sangre que recubre gran parte de su superficie.

            La composición denota su índole barroca. Aunque no es muy movido sino más bien frontal, es realista y expresivo, poniendo el acento en los sufrimientos redentores. Ha preferido buscar la carga emotiva de un Cristo llagado, a la belleza de un elegante desnudo estilizado.

Los autores

            La escultura cristífera gaditana, por el parecido que se ha querido ver con el Stmo. Cristo de la Paz, de la Hermandad de los Humeros, de Sevilla, se atribuyó a Jerónimo Roldán Serrallonga Nota a pie . No obstante, por los rasgos faciales y el cuerpo tan llagado, los conocedores de la escultura gaditana no dudan en atribuirlo a algún autor anónimo del ciclo genovés de mediados del siglo XVIII Nota a pie , más concretamente a Antonio Molinari (Génova 1717 - Cádiz 1756) Nota a pie , formado en el círculo de Antón María Maragliano Nota a pie . Obras documentadas de Molinari son la Sagrada Familia de San Agustín de Cádiz (1752) y los Ángeles Lampareros de San Lorenzo de Cádiz (1753). La atribución del Cristo de la Misericordia de Cádiz se puede basar en el parecido con el San José del referido grupo de la Sagrada Familia.

            Francisco Buiza Fernández (Carmona 1922 - Sevilla 1983) fue discípulo del escultor Sebastián Santos Nota a pie . En Huelva se conservan varias imágenes suyas Nota a pie : Virgen de los Dolores, de Arroyomolinos de León (1945), y de La Redondela (1945). Para Calañas, el sacerdote D. Juan Martínez Liñán le encargó varias obras: Virgen de Gracia (1949), Virgen de los Dolores (1952), Virgen de la Amargura (1953), Relieve del Bautismo de Cristo (1953), Cautivo (1954), Crucificado (1954). Inmaculada, de Santa Olalla (1954); Virgen del Carmen, de Zufre (1956); Inmaculada, de Bollullos (1960); Virgen de Cala (1962). Se le atribuye el Nazareno de Rosal de la Frontera (h. 1945-1950) y el Yacente de Villablanca.

La restauración de Ana Beltrán

            El 23 de marzo de 2013, el cura párroco de Ntra. Sra. de Belén, D. Manuel Salazar, nos advirtió de la progresiva degradación del Cristo que preside el templo parroquial. Enseguida nos pusimos en contacto con la restauradora y licenciada en Bellas Artes, Ana Beltrán Ruiz, quien lo visitó el 27 de marzo, y redactó un informe y presupuesto de intervención, el 5 de mayo.

            En él se certifica la necesidad de frenar el deterioro y de devolverle su lectura original. Los daños se detectaban en la separación de algunas piezas, algo normal en las esculturas lígneas, compuestas de varias piezas ensambladas. Sin embargo, el problema principal se centraba en la mala adherencia de los estratos de la policromía, con pérdidas de fragmentos de color y peligro de desprendimiento en otras muchas zonas, lo que amenazaba parte de la policromía original. Presentaba también desgastes, cuarteamiento en varias zonas, suciedad acumulada, manchas oscuras, muy visible en pies y manos. La policromía se encontraba muy oscurecida, como resultado de la oxidación propia y natural del barniz con el paso del tiempo, También debido a la pátina utilizada para igualar el resultado final de la agregación de la cabeza al cuerpo.

            La intervención se realizó conforme a lo proyectado, en el estudio-taller de la restauradora, en el Paseo de la Glorieta, 4, de Huelva. La tarea más costosa fue desclavar la figura de la cruz, para hacerla completamente accesible. Un vez independizada, se procedió a la limpieza superficial y a la fijación de la preparación y policromía, en peligro de desprendimiento, que afectaba a la mayor parte de la imagen, lo que se hizo a base de papel de seda y coletta, aplicada por presión y calor. Se fijaron las grietas, que afortunadamente no eran importantes. La limpieza química y mecánica de la suciedad y de los repintes era importante, para rescatar la policromía original, eliminando la pátina de pigmentos y cera empleados en la intervención de Buiza. Se estucaron las grietas resanadas y zonas donde faltaba la preparación. La labor que se presuponía más delicada era como conjuntar la parte antigua de la nueva. La restauradora se encontraba ante el reto de solucionar la diferencia de policromías cara-cuerpo: el cuerpo en casi su totalidad presentaba la policromía original, salvo puntuales repintes para corregir las grietas en los hombros. La mayor diferencia se encontraba a la altura de las clavículas, que se solucionó estableciendo una gradación de tonos. Una vez reintegrada todas las lagunas, se pasó al barnizado de ésta con un barniz de satinado y mediante brocha, tanto de la imagen como de la cruz.

            El resultado final ha sido espectacular: la imagen ha recuperado el fortísimo dramatismo propio de la escuela gaditano-genovesa, motivado por el contraste entre la pálida piel y los regueros de sangre, los amoratamientos y los levantamientos de la piel, en llagas abiertas. Por otra, la integración de la cabeza y de la moña del perizoma con la figura original es tan lograda que resultan imperceptibles los puntos de unión. Con esta obra, Ana Beltrán ha demostrado su maestría en materia de restauración, en una obra compleja, por la fusión de una imagen antigua, de una personalidad tan marcada por la escuela gaditana, con la nueva cabeza de Buiza, en la tradición del barroco sevillano.

 

[Publicado en el Boletín Oficial del Obispado de Huelva, 415 (oct.-dic. 2013)